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Natalia Nieto "Contar con uno, contar con todos"

Soy una madre feliz. Feliz de poder disfrutar de las etapas diferentes de cada uno de mis hijos, y orgullosa de haberles inculcado el amor y cuidado entre hermanos. Cuando Isabel me propuso hablar sobre familias ensambladas pensé qué tenemos de distinto esas familias y no encontré tantas diferencias con las otras. Creo, por el contrario, que no hay algo muy distinto a todas las demás. Es más: estoy convencida de que la condición común a todas las familias (convencionales, ensambladas, monoparentales o con padres o madres de un mismo género), debería ser el privilegio del amor y el respeto entre sus integrantes.

Todas las relaciones funcionan mejor en base al amor y el respeto por el otro. Y me enorgullece que mis hijos mayores Aldana y Martino hayan logrado comprender, con todo lo que ello significa, que saber pleno y feliz a cualquiera de los integrantes de una familia, tiene la consecuencia directa de lograr que esa armonía, trascienda a todos. Está claro que padres y madres no pueden estar tranquilos si sus hijos están mal, y menos aún, sentirse plenos si sus hijos pasan por momentos difíciles. Y viceversa. Los niños no pueden desarrollarse plenamente si saben que sus padres no son felices. Sufren mucho cuando los ven mal, aunque muchas veces no lo digan.

Por eso, con lo difícil que puede resultar aceptar los cambios, mis hijos, a quienes amo profundamente, respetaron y acompañaron la decisión de formar una nueva familia junto a Diego Ferreyra. Y más aún, me genera mucha paz saber y sentir cómo aman a su hermano Bruno. Es muy de esta época rotular o encuadrar a las familias por cómo están integradas, cómo se organiza el trabajo, quién es proveedor o quiénes conviven en un hogar. Diría, casi de estudio sociológico.

Prefiero apostar a que cualquier relación puede ser más armónica si se respetan las diferencias, se aceptan las individualidades y todos vamos para el mismo lado. En definitiva, no tenemos más que a la familia. Mis padres me enseñaron que los hermanos vamos a contar mucho más tiempo entre nosotros que con ellos. ¿Por qué perder la vida, entonces, en distancias o fricciones, si se puede crecer y acompañar?

Mi mirada es ideal, por supuesto. No es la vida real, que está atravesada por hermosos momentos, pero también de muchas dificultades. Sin embargo, de esas dificultades se puede aprender que las experiencias malas y buenas suman. Y que por sobre todo, cuando una familia privilegia a los más vulnerables, los prepara para sortear los escollos del futuro. Porque esa es la vida. Casi tengo la certeza de que eso saben mis hijos: que tienen a sus padres y su madre, pero sobre todo que se tienen entre sí, para crecer, acompañarse y ayudarse cada vez que haga falta. Así que seguimos creciendo y aprendiendo todos los días. Niños, padres y madre. Y mientras tanto, yo disfruto de mis hijos y todas sus diferencias.







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